Ir al inicioCCC Dr. Carlos Cortés Caballero

¿Quién fue el Dr. Carlos Cortés Caballero?

“Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.”
Meditaciones del Quijote (1914), José Ortega y Gasset

A la hora de definir la vida de un hombre, en especial de alguien que hasta hace poco estuvo con nosotros, es normal leer su vida como si se tratara de la lectura de un currículum, y decir frases como “se recibió de médico en tal año” o “fue distinguido en tal otro con la más alta distinción que otorga la Academia de Medicina”. Pero es en tales frases que se pierde la personalidad y caemos en una visión en donde el sujeto pareciera que estuvo predeterminado a una vida de grandeza, o que en cierta forma era una excepción al resto de los mortales.

Creo yo que, cuando uno lee y trata de entender la vida de alguien, hacerlo de esa manera es ignorar al ser humano que vivió una vida con sus pasiones, con sus miedos, con sus logros y también con sus fracasos.

Es por eso que en esta sección no entraré en el detalle fáctico y frío de los logros académicos y profesionales que el Dr. Carlos Cortés Caballero ha tenido a lo largo de su vida, y que han sido documentados diligentemente en el resto del sitio web, sino que trataré de mostrar a Carlos como ese hombre que fue el resultado de sus circunstancias, como diría Ortega y Gasset, pero que al mismo tiempo fue llevado por una pasión y una curiosidad en verdad inagotables a una vida que ha sido plena. Y es que de algo estoy seguro: el Dr. Carlos Cortés Caballero no se ha privado de vivir, y no se ha dejado jamás amedrentar por cuanto proyecto se le haya puesto enfrente, aunque lamentablemente, como decía Borges, la “gente tiene la mala costumbre de morirse”, y su último proyecto —terminar su libro de memorias— quedó inconcluso.

50 años de la Facultad de Salud UIS
Foto tomada del libro 50 Años de la Facultad de Salud UIS: Ciencia, Ética y Humanismo Trascendiendo los Siglos.

Pues bien, nos queda a nosotros, quienes lo conocimos, terminar ese libro, y lo hemos hecho. En parte, porque le teníamos un gran amor a Carlos y era una deuda que nos sentíamos obligados a saldar, pero también porque su vida ha sido fascinante y merecía ser contada. Después de todo, ¿quién de nosotros conoció el Palacio Imperial de Japón por invitación del hermano del emperador?

Así es que en estos tiempos, en donde la memoria se construye no ya solo en libros sino en registros audiovisuales, decidimos lanzar esta página web, que se apoya en el libro de memorias “El Afortunado: Entre Microscopios y Letras —UnViaje por la Ciencia y la Vida”, y que se puede descargar en este mismo sitio web.

Lo cierto es que este piedecuestano de 89 años fue un hombre al que se le reconocen tres pasiones de manera marcada, entre las tantas que tuvo: las ciencias, la historia y la literatura. Curiosamente, su vida profesional y su pasión por la medicina fueron casi una casualidad. Él iba a ser sacerdote, o al menos eso es lo que un sacerdote joven terminó por convencer a su madre, y lo llevó a un internado en Pamplona, en donde —como es de suponer— ni las ciencias, ni la historia, ni mucho menos la literatura tenían cabida.

Más aún, en su casa de la infancia no se recuerda una buena biblioteca, porque su padre, Carlos J. Cortés Z., decía que leer no era bueno porque “aflojaba el cerebro”, y tampoco su madre, doña Carmen Caballero, se caracterizaba por una vida intelectual profunda. Aun así, este chico tímido, al que le gustaban los deportes y con un sentido del humor muy particular, tomó desde chico el gusto por la lectura, y lo hacía a escondidas para evitar las reprimendas de su padre.

Carlos fue, en cierta medida, una persona diferente al entorno que lo rodeaba. Sus circunstancias, por así decirlo, lo hubieran llevado a seguir el rol de su padre, un hombre emprendedor y de negocios en Piedecuesta. Pero Carlos, si bien tímido, siempre fue un rebelde, y fue en esa rebeldía y en esa necesidad de entender el mundo que lo rodeaba que desarrolló su pasión por la lectura y el conocimiento. Y esto es claro, porque Carlos no siguió los pasos ni de su padre ni de ningún otro familiar cercano; no imitó a comerciantes, ni a políticos, ni a notables de la familia, sino que forjó su propio espíritu.

Como dije, a Carlos de pequeño le marcaron el camino y su destino. Por más que su padre —un liberal de fuertes convicciones y de gran militancia política— no estuviera de acuerdo, Carlos “tenía” que ser sacerdote. Pero decidió que no. Puesto que, antes que nada, Carlos ha sido un rebelde, y de esa forma se rebeló y tomó la decisión de dejar el seminario menor y estudiar medicina. Creo que no hay mejor frase que la que él dice en ese momento, cuando junto a su padre se da cuenta de que ha decidido no ser un “médico de almas”, sino un “médico de cuerpos”.

Nuevamente fueron las circunstancias las que lo llevaron a Medellín, a la Universidad de Antioquia, a estudiar medicina. Pero aquí, de nuevo, fue lo fortuito lo que terminó decidiendo su destino. Debía rendir el examen de ingreso, pero, por esas cuestiones políticas de nuestros países, el ministro de Educación decidió suspender el examen hasta nuevo aviso, y recién a los diez días se habilitó. Otro, a los 16 años, hubiera aprovechado esos diez días para disfrutar de Medellín, pero no Carlos.

Él se dio cuenta de que no estaba lo suficientemente preparado para el examen, se encerró en la biblioteca durante esos diez días para prepararse… y logró entrar a la universidad.

Claro que el muchacho rebelde, apasionado por el conocimiento y estudioso convivía con el chico tímido: los años de internado dejaron una personalidad que quizás no se sentía cómoda en la práctica clínica, puesto que lo suyo era el análisis, el conocimiento, el desafío del diagnóstico. Y tuvo la suerte de que en Medellín encontró a grandes maestros en Anatomía Patológica, y se transformó en el “sapo” de los patólogos: el estudiante que estaba siempre allí, mirando las láminas, haciendo preguntas, acompañando las discusiones diagnósticas. Esa experiencia fue la que lo llevó, finalmente, a especializarse en patología.

Carlos en su Consultorio
Carlos en su consultorio, julio de 2012. Fotografía tomada por Nylse Blackburn.

Así fue que Carlos terminó en Medellín con su título de Médico y Cirujano, pero nuevamente las casualidades de la vida lo llevaron a otro lugar. A veces son esas pequeñas casualidades o eventos los que terminan por definir toda una vida. Un profesor le ofreció quedarse un año más y hacer la especialización en Patología, pero él, en cambio, prefirió volver a Santander y regresar a Bucaramanga, donde solo había dos patólogos.

Uno de ellos —es menester decirlo— resultó ser un verdadero bravucón, y bastó con que lo ninguneara y le dijera que no era factible para él estudiar en el exterior para que este rebelde decidiera hacer carrera en Estados Unidos, y hacerla bien lejos de Miami, donde —como él decía— “uno no aprende ni inglés ni español”. Quiso adentrarse bien dentro del sistema norteamericano, en donde por aquellos años un colombiano era una especie por demás exótica.

Así fue que terminó en Pittsburgh y, al contrario de lo que le habían vaticinado, sus profesores lo recomendaron con los más altos honores y siguió su carrera en Boston, en la misma “meca de la medicina” de esos años.

Así fue que este piedecuestano, pudiendo seguir su carrera en Estados Unidos, quiso volver a estos pagos. Muchos de nosotros sabemos lo que hizo en Colombia: no sólo su trabajo como profesor en la UNAB y la UIS, su labor como decano, académico e historiador, sino que Carlos fue una persona que, al regresar, no se permitió dormir en los laureles, sino que siguió con ese espíritu inquieto.

Fue ese mismo espíritu inquieto el que, ya en Colombia, lo llevó a Japón a hacer una fellowship, por el simple hecho de que en Bucaramanga, en esos años, existía una alta incidencia de cáncer de estómago y era en Japón donde estaban los mejores patólogos que estudiaban ese cáncer. Hasta allí fue, movido por esa curiosidad y ese deseo de excelencia y celo profesional que lo ha caracterizado siempre.

Pero Carlos fue mucho más que un médico. Fue un padre de familia, un historiador amateur, un escritor apasionado por la literatura y una persona generosa con sus amigos y sus colegas. Entre las tantas muestras de afecto que hemos recogido últimamente con motivo de su fallecimiento, y entre las historias sobre su vida, no existe entre quienes lo conocieron nadie que tenga algo que achacarle.

Fue un gran amigo y una persona que le hizo honor, con su vida, a sus dos apellidos, pues Carlos fue, antes que todo, un hombre Cortés y Caballero.

Este espacio lo hemos creado con la intención de honrar la memoria de Carlos, pero también para nosotros —los amigos y familiares— que aún lo recordamos y queremos, de esta forma, mantener viva su imagen y su luz en nuestras vidas.

Esperamos haberlo logrado, y que quienes lo conocieron sientan que hemos hecho justicia con él, si es que se puede hacer justicia contando en tan poco espacio la vida de un hombre que hasta el último día seguía con sus proyectos y sus ganas de vivir.

Editado del prólogo del editor del libro El Afortunado: Entre Microscopios y Letras — Un Viaje por la Ciencia y la Vida.